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Cada persona es un mundo, o al menos eso dicen. Yo pienso que realmente es así. Cada uno de nosotros está concebido con unas determinadas cualidades que le van a ir dictando cómo y de qué manera desenvolverse en la vida. Para la gran mayoría de personas, esto es algo totalmente normal, tan normal que ni siquiera se plantean la posibilidad de cuestionarse por qué actúan de determinada manera. La gran mayoría de nosotros seguimos unas pautas y costumbres, dejándonos arrastrar por las circunstancias y el entorno, dando por hecho que es lo normal.
Me resulta del todo imposible explicar cómo alguien, en un momento, se pueda detener a pensar y plantearse la posibilidad de que todo sea una mentira, una ficción, que cada uno de nosotros no sea más que una marioneta hábilmente manejada. Ésta ha sido la razón que durante mucho tiempo me llevó a rebuscar esa entidad que de chico me impusieron, como el Creador y Señor de todas las cosas. Allá, en los valles profundos y escasos de recursos en los que me crié, en un ambiente más bien tétrico, envuelto en religión y brujería, para un muchacho de diez u once años era difícil distinguir la diferencia entre lo uno y lo otro. Por eso he estado buscando respuestas que, para mi desilusión, no hallé. Me habían dicho: “Dios creó al hombre”. Y hombres sabios me dijeron: “Dios es una creación del hombre”. Perdido en un mar de disparates y ante la imposibilidad de que nadie puede aclarar mis dudas, he decidido buscar las respuestas por mí mismo. El resultado es la presente obra, la cual tan sólo pretende poner de manifiesto unos hechos, hayan sido, o no, ciertos, y divagar sobre ellos en entretenida charla, sin pretender jamás convencer a nadie.
Me resulta del todo imposible explicar cómo alguien, en un momento, se pueda detener a pensar y plantearse la posibilidad de que todo sea una mentira, una ficción, que cada uno de nosotros no sea más que una marioneta hábilmente manejada. Ésta ha sido la razón que durante mucho tiempo me llevó a rebuscar esa entidad que de chico me impusieron, como el Creador y Señor de todas las cosas. Allá, en los valles profundos y escasos de recursos en los que me crié, en un ambiente más bien tétrico, envuelto en religión y brujería, para un muchacho de diez u once años era difícil distinguir la diferencia entre lo uno y lo otro. Por eso he estado buscando respuestas que, para mi desilusión, no hallé. Me habían dicho: “Dios creó al hombre”. Y hombres sabios me dijeron: “Dios es una creación del hombre”. Perdido en un mar de disparates y ante la imposibilidad de que nadie puede aclarar mis dudas, he decidido buscar las respuestas por mí mismo. El resultado es la presente obra, la cual tan sólo pretende poner de manifiesto unos hechos, hayan sido, o no, ciertos, y divagar sobre ellos en entretenida charla, sin pretender jamás convencer a nadie.
Simbología de la portada
La pirámide de tres caras significa la Trinidad: Padre, Espíritu e Hijo, apoyada sobre una cuarta cara que representa el tiempo y el espacio. La pequeña pirámide de cuatro lados que de forma invertida está sobre ella, representa la evolución de la mente que, partiendo de un punto ínfimo, se va agrandando hasta alcanzar la sabiduría, la visión trascendental representada por el ojo que todo lo ve. El anagrama de ocho radios representa los cuatro elementos, Tierra, Agua, Aire y Fuego, y sus conceptos, Oscuridad, Frío, Espacio y Tiempo, en un estado de movimiento e interacción constantes. Las manos representan al constructor de la obra en un gesto de entrega, y el pequeño corazón, representa al Espíritu, al hálito de la vida y al amor.